lunes, 10 de agosto de 2009

La caída de Tenochtitlan

Este 13 de agosto se cumplen 488 años de la capitulación de Tenochtitlan, la mítica capital azteca a manos de españoles e indígenas (resentidos contra los mexicas) comandados por un tipo “cojo y sifilítico” (entre otras lindezas que se han dicho de él) llamado Hernán Cortés.
Pero en medio de la algarabía oficial, que no popular, por la conmemoración del Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución Mexicana el año próximo, quién se va a estar acordando de los descalabros históricos.
Un año después de la derrota de la Noche Triste en la que se cuenta que Cortés lloró al pie de un árbol (30 de junio de 1520), la situación era muy distinta.
La fastuosa ciudad estaba sitiada.
Hacia finales de julio de 1521 los atacantes iniciaron la demolición, piedra por piedra, de los sectores ocupados de Tenochtitlan.
La población, que no podía salir a buscar alimento, comía lo único que tenía a la mano: lagartijas, pajarillos, semillas, lirio acuático y bebía agua con salitre.
El hambre y la debilidad hicieron presa de los mexicas.
Las calles estaban tapizadas de muertos que ya no habían alcanzado sepultura.
Un olor nauseabundo inundó el islote.
El 9 de agosto Cuauhtémoc decidió echar mano de su última arma: la xiucoatl o “serpiente de fuego”.
Una gran lanza que permanecía celosamente guardada con la que Huitzilopochtli, el dios sol, arrojaba del firmamento a la luna y las estrellas por las mañanas, y que tenía el poder de acabar con cualquier enemigo.
Pero desde luego no funcionó.
Abatidos, quizá más anímica que físicamente, los mexicas no tuvieron fuerzas para detener la marcha de Cortés y sus hombres sobre la alguna vez gran ciudad el 13 de agosto de ese 1521.

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