Si conociéramos nuestra historia,
y además tuviéramos memoria, los mexicanos no estaríamos cometiendo el mismo
error que hace 101 años y que hace 190 años.
Hagamos un
repaso breve: en 1820, cuando los insurgentes estaban reducidos en las
montañas, surgió de las filas conservadoras un hombre que encauzó las ansias de
libertad de la casi totalidad de los mexicanos.
Bajo su
manto se agruparon los insurgentes, quienes reconocieron su liderazgo.
En menos de
un año logró lo que los insurgentes no pudieron conseguir en diez de sangrienta
lucha: nada menos que la independencia.
Este
personaje se llamó Agustín de Iturbide.
Fue
aclamado y sin reparos fue ungido como el primer gobernante.
Hasta ahí
todo iba bien. Como en cualquier otra parte del mundo, el héroe asumió el
poder.
Pero.
A diferencia
de las demás naciones, el ídolo pronto fue repudiado. El hombre que
tranquilamente pudo haberse quedado en su casa, el mismo que tuvo la valentía,
la fortaleza y la sapiencia para derrocar el régimen, fue acusado de falto de
voluntad para dirigir al país.
Iturbide no
fue un demócrata, pero pudiendo hacerse del poder absoluto, se sometió
voluntariamente al contrapeso del poder legislativo.
Ese primer Congreso fue una
caterva de grillos que lo único que hizo fue obstaculizar al gobierno.
Ese Congreso estaba compuesto por
dos facciones enemigas entre sí, escoceses y yorkinos, que no dudaron en
entablar una alianza de facto para derrocar al gobernante. Y lo lograron.
Mandaron al exilio al gobernante
y lo terminaron asesinando.
Después, esas dos facciones casi
acaban con el país.
* * *
Noventa
años después se repitió la historia.
Tres
décadas después de una férrea dictadura, surgió de las filas conservadoras un
hombre que encauzó las ansias de libertad de la casi totalidad de los
mexicanos.
Ese hombre
se llamaba Francisco Ignacio Madero.
A su alrededor se agruparon los
contrarios al régimen, quienes reconocieron su liderazgo.
En menos de
un año de lucha política y armada logró lo que otros mexicanos no pudieron
conseguir en tres décadas: nada menos que la caída del dictador y la
instauración de la democracia.
Madero fue
aclamado y por unanimidad fue ungido como gobernante.
Hasta ahí
todo iba bien. Como en cualquier otra parte del mundo, el héroe asumió el
poder.
Pero.
A diferencia de las demás
naciones, el ídolo pronto fue repudiado.
Madero pudo haber utilizado el
poder para ejercer una presidencia autoritaria.
No obstante, respetó como ningún
otro gobernante la libertad de expresión, las garantías individuales y sobre
todo respetó a los demás poderes, el legislativo y el judicial, porque estaba
convencido que eran necesarios para la vida democrática del país.
El hombre que tranquilamente pudo
haberse quedado en su casa, el mismo que tuvo la valentía, la fortaleza y la
sapiencia para derrocar el régimen, fue acusado de falto de carácter para
dirigir al país.
Los periódicos lo atacaban
diariamente tachándolo de pusilánime.
El Congreso se convirtió en un
nido de víboras que obstaculizaron al nuevo gobierno con toda suerte de tácticas
para no aprobar los cambios que Madero demandaba.
Ese primer Congreso fue una
caterva de grillos que lo único que hizo fue obstaculizar al gobierno.
Ese Congreso se distinguió por
boicotear las reformas maderistas y mantener el status quo del régimen
porfirista.
Ese Congreso fue uno de los
artífices del derrocamiento de Madero y de su asesinato.
Después el país se convirtió en
un inmenso campo de batalla que ensangrentó al país durante varios lustros.
* * *
Otros
noventa años después, setenta de ellos bajo una dictadura unipartidista, surgió
de las filas conservadoras un hombre que encauzó las ansias de libertad de la
casi totalidad de los mexicanos.
Ese hombre
se llama Vicente Fox.
Su liderazgo aglutinó a gran
parte de los mexicanos, quienes reconocieron su liderazgo.
En poco
tiempo de lucha política logró lo que otros mexicanos no pudieron conseguir en varias
décadas: la caída del partido hegemónico.
Fox fue
aclamado y ungido como gobernante.
Hasta ahí
todo iba bien. Como en cualquier otra parte del mundo, el caudillo asumió el
poder.
Pero.
A diferencia de las demás
naciones, el ídolo pronto fue repudiado.
Fox pudo haber utilizado el poder
para ejercer una presidencia autoritaria.
No obstante, respetó la libertad
de expresión, las garantías individuales y sobre todo respetó a los demás
poderes, el legislativo y el judicial, porque estaba convencido que eran
necesarios para la vida democrática del país.
El hombre que tranquilamente pudo
haberse quedado en su casa, el mismo que tuvo la valentía, la fortaleza y la
sapiencia para derrocar el régimen, fue acusado de falto de carácter para
dirigir al país.
Los periódicos lo atacaban
diariamente tachándolo de pusilánime.
El Congreso se empeñó en
obstaculizar al nuevo gobierno.
Ese Congreso, mayoritariamente
compuesto por dos facciones enemigas del nuevo presidente, se distinguió por
boicotear las reformas foxistas y mantener el status quo del régimen
“revolucionario”.
Y lo lograron.
Junto con los grandes medios de
comunicación lograron permear entre la población la idea de un “cambio fallido
por incapacidad del presidente”.
Iturbide,
Madero y Fox.
Con sus
grandes defectos, pero los tres consumaron las revoluciones que los mexicanos
anhelaban.
Sus
enemigos, valiéndose de las libertades respetadas por los caudillos, ejecutaron
desde el Congreso sendas contrarrevoluciones.
Un gastado
proverbio enseña que quien no conoce la historia, está condenado a repetirla.
En México
la historia se repite.
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