lunes, 4 de junio de 2012

Las contrarrevoluciones desde el Congreso


Si conociéramos nuestra historia, y además tuviéramos memoria, los mexicanos no estaríamos cometiendo el mismo error que hace 101 años y que hace 190 años.
            Hagamos un repaso breve: en 1820, cuando los insurgentes estaban reducidos en las montañas, surgió de las filas conservadoras un hombre que encauzó las ansias de libertad de la casi totalidad de los mexicanos.
            Bajo su manto se agruparon los insurgentes, quienes reconocieron su liderazgo.
            En menos de un año logró lo que los insurgentes no pudieron conseguir en diez de sangrienta lucha: nada menos que la independencia.
            Este personaje se llamó Agustín de Iturbide.
            Fue aclamado y sin reparos fue ungido como el primer gobernante.
            Hasta ahí todo iba bien. Como en cualquier otra parte del mundo, el héroe asumió el poder.
            Pero.
            A diferencia de las demás naciones, el ídolo pronto fue repudiado. El hombre que tranquilamente pudo haberse quedado en su casa, el mismo que tuvo la valentía, la fortaleza y la sapiencia para derrocar el régimen, fue acusado de falto de voluntad para dirigir al país.
            Iturbide no fue un demócrata, pero pudiendo hacerse del poder absoluto, se sometió voluntariamente al contrapeso del poder legislativo.
Ese primer Congreso fue una caterva de grillos que lo único que hizo fue obstaculizar al gobierno.
Ese Congreso estaba compuesto por dos facciones enemigas entre sí, escoceses y yorkinos, que no dudaron en entablar una alianza de facto para derrocar al gobernante. Y lo lograron.
Mandaron al exilio al gobernante y lo terminaron asesinando.
Después, esas dos facciones casi acaban con el país.
* * *
            Noventa años después se repitió la historia.
            Tres décadas después de una férrea dictadura, surgió de las filas conservadoras un hombre que encauzó las ansias de libertad de la casi totalidad de los mexicanos.
            Ese hombre se llamaba Francisco Ignacio Madero.
A su alrededor se agruparon los contrarios al régimen, quienes reconocieron su liderazgo.
            En menos de un año de lucha política y armada logró lo que otros mexicanos no pudieron conseguir en tres décadas: nada menos que la caída del dictador y la instauración de la democracia.
            Madero fue aclamado y por unanimidad fue ungido como gobernante.
            Hasta ahí todo iba bien. Como en cualquier otra parte del mundo, el héroe asumió el poder.
            Pero.
A diferencia de las demás naciones, el ídolo pronto fue repudiado.
Madero pudo haber utilizado el poder para ejercer una presidencia autoritaria.
No obstante, respetó como ningún otro gobernante la libertad de expresión, las garantías individuales y sobre todo respetó a los demás poderes, el legislativo y el judicial, porque estaba convencido que eran necesarios para la vida democrática del país.
El hombre que tranquilamente pudo haberse quedado en su casa, el mismo que tuvo la valentía, la fortaleza y la sapiencia para derrocar el régimen, fue acusado de falto de carácter para dirigir al país.
Los periódicos lo atacaban diariamente tachándolo de pusilánime.
El Congreso se convirtió en un nido de víboras que obstaculizaron al nuevo gobierno con toda suerte de tácticas para no aprobar los cambios que Madero demandaba.
Ese primer Congreso fue una caterva de grillos que lo único que hizo fue obstaculizar al gobierno.
Ese Congreso se distinguió por boicotear las reformas maderistas y mantener el status quo del régimen porfirista.
Ese Congreso fue uno de los artífices del derrocamiento de Madero y de su asesinato.
Después el país se convirtió en un inmenso campo de batalla que ensangrentó al país durante varios lustros.
* * *
            Otros noventa años después, setenta de ellos bajo una dictadura unipartidista, surgió de las filas conservadoras un hombre que encauzó las ansias de libertad de la casi totalidad de los mexicanos.
            Ese hombre se llama Vicente Fox.
Su liderazgo aglutinó a gran parte de los mexicanos, quienes reconocieron su liderazgo.
            En poco tiempo de lucha política logró lo que otros mexicanos no pudieron conseguir en varias décadas: la caída del partido hegemónico.
            Fox fue aclamado y ungido como gobernante.
            Hasta ahí todo iba bien. Como en cualquier otra parte del mundo, el caudillo asumió el poder.
            Pero.
A diferencia de las demás naciones, el ídolo pronto fue repudiado.
Fox pudo haber utilizado el poder para ejercer una presidencia autoritaria.
No obstante, respetó la libertad de expresión, las garantías individuales y sobre todo respetó a los demás poderes, el legislativo y el judicial, porque estaba convencido que eran necesarios para la vida democrática del país.
El hombre que tranquilamente pudo haberse quedado en su casa, el mismo que tuvo la valentía, la fortaleza y la sapiencia para derrocar el régimen, fue acusado de falto de carácter para dirigir al país.
Los periódicos lo atacaban diariamente tachándolo de pusilánime.
El Congreso se empeñó en obstaculizar al nuevo gobierno.
Ese Congreso, mayoritariamente compuesto por dos facciones enemigas del nuevo presidente, se distinguió por boicotear las reformas foxistas y mantener el status quo del régimen “revolucionario”.
Y lo lograron.
Junto con los grandes medios de comunicación lograron permear entre la población la idea de un “cambio fallido por incapacidad del presidente”.

            Iturbide, Madero y Fox.
            Con sus grandes defectos, pero los tres consumaron las revoluciones que los mexicanos anhelaban.
            Sus enemigos, valiéndose de las libertades respetadas por los caudillos, ejecutaron desde el Congreso sendas contrarrevoluciones.
            Un gastado proverbio enseña que quien no conoce la historia, está condenado a repetirla.
            En México la historia se repite. 

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